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Bajar de peso no sólo es cuestión de estética, también de salud física y emocional.

Recuerdo que la primera vez que tuve la sensación de tener unos kilos de más fue cuando un promotor en la calle se me acercó para recomendarme una serie de fajas para bajar de peso. Aunque el material con que estaban fabricadas se veía realmente dudoso, él las vendía como las mejores fajas reductivasque jamás iba a poder encontrar. Era claro que estaba inflando demasiado la calidad de su producto así que me deshice de él lo más pronto que pude y seguí con mis labores durante el día.

Sin embargo, al llegar a casa retumbaba en mi cabeza cuál era la razón que había movido al promotor a ser tan insistente en que me llevara algunas  de sus fajas. De verdad, no miento, no sólo me paró en la calle, sino que aludió a una belleza natural que supuestamente se vería más si tan sólo me viera un poco más delgada. Algo así como “no estás tan mal, unos cuantos kilos menos y serías espectacular”. Me percaté entonces, que una de las razones por las cuales me había decidido a ponerle un alto a este joven fue el de sentirme ofendida al hacer ese tipo de observaciones tan fuera de lugar.

Y es que muchas veces no nos damos cuenta del efecto de nuestras palabras en otras personas. Para alguien puede ser muy común pararte en la calle y decir: oye, pienso que una faja para reducir peso te vendría muy bien. Y después de todo, no lo juzgo, es su trabajo, de ahí viene su sustento pues claramente, entre más prendas venda las ganancias aumentan y por lo tanto sus comisiones.

Sin embargo, sería importante que algunas compañías comenzaran a considerar el tacto con el que los vendedores promocionan sus productos, pues un simple comentario como el que mencionó ese individuo aquella tarde me dejó marcada. Incluso, puede tocarte alguien que tuvo un mal día, lo corrieron de su empleo o en el peor de los casos, tuvo un problema familiar grave. Al hacer ese tipo de comentarios no logras más que alterarlo e incluso provocar una reacción violenta.

En fin, este no es el tema que me gustaría tratar aquí, sino más bien las implicaciones que un sobrepeso puede llegar a tener en nuestra vida y cómo esto nos afecta emocionalmente, seamos hombres o mujeres, niños o adultos. Siempre hay un terreno vulnerable dentro de este aspecto, puesto que primero vemos la parte externa del problema. Al final y al cabo somos seres visuales, siempre guiándonos por lo que nuestros ojos ven. Pero el problema del sobrepeso es algo que va más allá de la simple apariencia, es una cuestión de salud.

Después de la estrategia un poco ruda de aquel vendedor de “las mejores fajas reductivas” según sus propias palabras, comencé  a considerar seriamente esta situación. Nunca me había preocupado el peso. No era de esas mujeres que se la pasaba haciendo dietas o ejercicio de manera excesiva. Es más, nada de mi tiempo durante el día se enfocaba en ser más delgada, pues a mi parecer no tenía sobrepeso.

La mayoría de las mujeres de mi familia paterna eran mujeres realmente corpulentas, de caderas anchas y barrigas considerables, pero para ellas nunca significó una molestia. Todo lo contrario, dentro del núcleo familiar y el lugar en el que residían, una mujer de esas características era realmente atractiva. Como siempre fui más delgada a ellas, por herencia de mi madre, incluso me alentaban a ganar más peso, pero en realidad nunca les hice caso pues yo estaba conforme con mi físico.

Lo que sí era cierto, es que nunca tuve un cuidado particular por mi alimentación. Como ya lo comenté, soy delgada y después de tener a mis dos hijos, casi sin ningún esfuerzo recuperé mi figura. Tenía un metabolismo maravilloso. Esta reflexión me hizo ver que entré en una zona de confort muy particular. No cuidaba mi alimentación, consumía muchas grasas, picantes y azúcares. Pero una de mis debilidades fueron los refrescos. El refresco de cola en particular. Y no soy la única en tener este gusto tan arraigado, pues en México el consumo de bebidas saborizadas es de los más altos en todo el mundo.

Esa noche, mientras me ponía mi pijama, observe el espejo de cuerpo entero que tenía enfrente de mí. Al mirar con atención me percaté que sin ser tan consciente de ello, mi cuerpo había cambiado radicalmente. El metabolismo del cual me sentía afortunada ya no era el mismo de antes. Entonces sentada frente al espejo recordé otro elemento muy particular de mi familia paterna: muchas de ellas eran diabéticas. Y no es que necesariamente alguien gordo es propenso a esta enfermedad aunque si hay un cierto índice de vínculos entre la obesidad y la diabetes. Me fui  a dormir bastante preocupada. ¿De verdad tendré sobrepeso? ¿O sólo estoy exagerando?

Al siguiente día me sentí muy mal. Había una sensación constante de agotamiento, y el estómago, justo en la parte superior del abdomen sentía un dolor horrible, me quitaba las pocas energías que tenía. En un momento del día tuve un mareo tan fuerte que casi pierdo el conocimiento. Tuve que visitar al médico. Después de realizar las revisiones de rutina me pidió una serie de análisis.

Al revisarlos cuidadosamente junto con mi historial médico me advirtió algo que me dejó helada: estaba en el límite de los niveles de glucosa permitidos, pero más allá de eso, mi alimentación y el estado de mi cuerpo era deficiente y si no hacía algo rápido podía ser diagnosticada con diabetes en una cuestión de meses.

¿Curioso, no? A pesar de tratarse de nuestro propio cuerpo, pocas veces estamos realmente conscientes de cómo funciona, de sus necesidades, así como del efecto que tienen dentro del cuerpo. Mi doctor me explicó que aunque no fuera tan notorio tenía un par de kilos de más, pero más allá de eso, la nutrición que estaba recibiendo mi cuerpo no era la adecuada. Además, si le sumábamos la poca actividad física y una rutina sin muchos cambios, preparaban las condiciones más que necesarias para el desarrollo de ese padecimiento.

El doctor me pidió encarecidamente seguir la dieta que me estaba recetando,  tomar los medicamentos y comenzar a realizar una rutina de ejercicio, ya fuera aprender a bailar o algo mucho más técnico como natación o salir a correr. Incluso, repitió la consigna del vendedor: “puedes ayudarte de algunas de las mejores fajas reductivas para volver a tu peso ideal, siempre y cuando tengas en mente que este asunto va más allá de verte delgada como las demás mujeres, se trata de tu salud”.

Comencé mi tratamiento, y posteriormente me inscribí en un gimnasio muy cerca de mi casa para comenzar una rutina muy básica de entrenamiento. Mi profesor me recomendó usar algún tipo de faja no sólo para acelerar la pérdida de grasa sino para proteger mi espalda y abdomen de alguna lesión por la falta de ejercicio. Acepté ahora, de una mejor manera su recomendación. Sin embargo, le iba a dar mi toque personal.

Por supuesto que iba a usar las mejores fajas reductivas, pero tenían que ser modelos totalmente distintos a los que aquel vendedor imprudente me había ofrecido por primera vez. Si iba a usar fajas tenían que ser modelos en donde se viera reflejada mi feminidad y personalidad. Eso fue lo que encontré en Galess. Una empresa preocupada por darle a sus clientes prendas que no sólo los ayuden a verse bien, sino a sentirse mucho mejor. Eso es lo que realmente hacen las mejores fajas reductivas que podemos encontrar en Guadalajara, una ciudad además, en donde muchas veces no sentimos presionadas por lucir de cierta forma.

Para finalizar, me gustaría decirte que había algo de razón en lo que aquel vendedor me dijo: todos tenemos nuestra propia belleza, sólo es cuestión de poner atención a los detalles y a los elementos que nos pueden hacer sacarla a la luz o maximizarla.


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